Lo que comenzó como una aventura de exploración y descubrimiento para algunos, ahora es una tendencia que pisa cada vez más fuerte en el sector vinícola. El vino submarino aprovecha las características de los mares y océanos para evolucionar a su manera y cautivar a los amantes de la bebida.
Primero, ¿de qué se trata esto? Pues, en términos sencillos, refiere al vino que, una vez embotellado, se lleva al mar a una profundidad variable. Quienes exploran la vinificación con estos métodos aseguran que una botella puede evolucionar de forma muy diferente y distintiva comparando con los procesos comunes.
Los detalles del vino submarino
Aunque muchos no lo sepan, España es una nación pionera en la elaboración de vino submarino. Todo esto gracias al trabajo de Borja Saracho, fundador de la bodega Cruose Treasure.
En 2008, Saracho comenzó a experimentar con esta forma de envejecer vinos. Luego de conseguir los permisos correspondientes, sumergió 27 botellas de diferentes productores en la Bahía de Plentzia al norte del país, en aguas del mar Cantábrico.
Hoy en día, Crusoe Treasure se define como la “primera bodega submarina-arrecife del mundo”. Con años de experiencia en la investigación del vino submarino, sus esfuerzos crearon un efecto dominó y proyectos similares se pueden encontrar otras regiones españolas, así como en muchos países mediterráneos: Australia, Brasil, Portugal, Argentina, Sudáfrica, entre otros.
Una de las características de estos ejemplares es que suelen ser un poco más costosos de lo usual. Esto por las pocas cantidades que se pueden llevar a las profundidades, lo cual hace que sean botellas más raras y exclusivas. Por ejemplo, los vinos de Crusoe Treasure tienen precios desde 69 hasta 119 euros.
“La logística no es exactamente sencilla: las botellas selladas con un accesorio especial de cera a prueba de fugas se bajan en cajas o bóvedas a profundidades típicamente de 10 a 20 metros durante entre seis meses y tres años. Algunas añadas sufren una crianza adicional en bodegas terrestres antes o después de la inmersión”, se lee en Fine Dining Lovers.
Francisca Van Zellers, quien pertenece a la 15va generación de la bodega portuguesa Van Zellers & Co, dice que el esfuerzo vale totalmente la pena. “Lo que encontramos bajo el agua son realmente las condiciones perfectas de envejecimiento, lo que significa poca luz y temperatura estable”, compartió sobre este método.
La productora indica que no cree que el proceso submarino sea “mejor o peor que el tradicional”, solo considera que es diferente y que da un perfil único al vino. “A una profundidad de 12 metros, también tienes un extra bar de presión atmosférica. Básicamente, esto acelera la maduración del vino. Se abren un poco más, se vuelven más expresivos; es una diferencia sensorial, no necesariamente química”, añadió.
Por su parte, Patricia Ortiz, de la bodega argentina Wapisa, dice que “ocho meses bajo el mar pueden ser similares a varios años en una bodega normal”. “Después de ocho meses bajo el mar, nuestro vino expresaba una mayor complejidad en aromas y sabor, con una notable expresión frutal, en comparación con los añejados en nuestra bodega”, añadió la sudamericana.
Un océano de posibilidades, pero también de dudas
Sin embargo, es importante resaltar que es un proceso del cual se sigue aprendiendo. Gergö Borbély, cofundador de ElixSea, con sede en Euskadi, indicó que “algunas muestras se volvieron opacas o perdieron su esencia, por lo que nuestro trabajo apenas comienza a descubrir por qué la crianza bajo el agua hace que un vino sea excelente y otro no”.
Esto ha abierto las puertas a experiencias enoturísticas fuera de lo común, dando la posibilidad de bucear en medio de los contenedores de las botellas. Algo que es todo un espectáculo visual, pues la fauna marina suele hacerse un espacio en los mismos. Incluso es posible retirar las botellas para luego beberlas, y estas pueden venir con percebes u otros crustáceos.