El yogur es un alimento sano y sabroso que se ha fabricado desde tiempos inmemorables. Es una excelente fuente de calcio. Por ejemplo, uno de 150 g aporta 210 mg, bastante más del mínimo diario requerido.
Para quienes estén preocupados por el peso, los descremados contienen aún más: 285 mg. El yogur también contiene vitamina D, que es esencial para la absorción del calcio.
Muchos problemas de salud empiezan en el intestino, cuando se rompe el equilibrio entre bacterias buenas y malas. La mayoría de los yogures comercializados se fabrican con leche pasteurizada, inoculada con cultivos de bacterias beneficiosas. Entre ellas, Lactobacilus acidophilus o bulgaricus, Bifidobacteria y Streptococcus thermophilus.
Pero muchos yogures, especialmente los que tienen largas fechas de caducidad, son pasteurizados después de su fabricación. Por tanto, no contienen ninguno de los organismos que confieren sus propiedades únicas al yogur. Y sí incluyen un gran número de productos químicos estabilizantes, emulgentes, aromas, colorantes y conservantes artificiales.
El yogur repone bacterias
Los yogures orgánicos, o “bio”, contienen la bacteria que devuelve el equilibrio al intestino. Estos cultivos actúan de diversas maneras. Sintetizan vitaminas B, biotina, ácido fólico y B12. También aumentan la ingestión de calcio y magnesio y regulan la función intestinal.
Su presencia en el intestino impide el desarrollo de bacterias patógenas. Incluso las personas que no toleran la leche normalmente pueden tomar yogur. Sin embargo, siempre será bueno consultarlo con su médico.
De hecho, los antibióticos matan todas las bacterias, buenas y malas, y precisamente el yogur repone las bacterias necesarias y ayuda a impedir la diarrea causada por esta esterilización del intestino.
También hay estudios que demuestran el papel protector de las bacterias del yogur. La ciencia ha descubierto que estos probióticos producen enzimas que son absorbidas directamente por la pared del intestino y mejoran los mecanismos inmunitarios de defensa del organismo.